El altar principal de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México he experimentado numerosos cambios a lo largo del tiempo. El primero de ellos, poseía columnas de mármol tecali y fue construido por el arquitecto Antonio Maldonado. Este altar fue dado a conocer al público el 15 de agosto de 1673. Tal elemento sacro contaba con cuatro cuerpos laterales, con sendas cúpulas, en donde aparecían representaciones escultóricas de los doce apóstoles, los cuatro evangelistas, ocho ángeles, Dios Padre, San Miguel y la Asunción de la Virgen.
A inicios del siglo XVIII, le fue solicitado a Jerónimo de Balbás, quien había colaborado en la Catedral de Sevilla, la construcción de un nuevo Altar Mayor. En esta versión, se incluyeron esculturas con las mismas advocaciones que en la entrega anterior, pero de menores dimensiones. Por la estructura que tenía este segundo altar, adquirió el mote de “el ciprés”, debido a que evocaba vagamente a este árbol, pero también es preciso añadir que de esta manera eran denominados en ese tiempo, todos los altares que no eran el principal. De hecho, con el paso de los años, se le llamó “ciprés” a cualquier altar que estuviera aislado dentro de un santuario religioso.
En 1783, el anterior altar ya estaba en muy malas condiciones y por ello, se le solicitó a Isidoro Vicente de Balbás, que lo restaurara. Este personaje había creado los retablos de la Iglesia de Santa Prisca en Taxco. El trabajo de Isidoro Vicente de Balbás pudo llegar hasta el siglo XIX. Para entonces, los retablos churriguerescos habían quedado obsoletos de acuerdo al gusto de la época y se visualizaban como una suerte de “madera dorada”. Por ello, al arquitecto Lorenzo de la Hidalga, le fue encomendada la tarea de elaborar un altar más moderno.
Ante la falta de recursos, a Lorenzo de Hidalga se le dio luz verde para que fundiera la imagen de la Asunción de Nuestra Señora, compuesta de oro, lo mismo que una enorme lámpara de plata que había frente al altar. El sacrificio de estas nobles creaciones, a final de cuentas, no valió de nada, puesto que el nuevo altar, estrenado en 1850, se dice que era muy poco estético y desagradable, con las esculturas fuera de proporción y con una proyección integral de pesadez saturadora. Por ello, durante una etapa de restauración general de la Catedral, a inicios del siglo XX, esta versión del altar fue demolida enteramente.
En 1950 fue colocado el altar en donde actualmente se oficia cotidianamente la misa. Fue realizado en jaspe de tecali, de acuerdo a un diseño de Antonio Muñoz, por el escultor Ernesto Tamariz. Es un altar elegante y sencillo. Un bello crucifijo aparece sobre las efigies de San Pedro y San Juan.
En 1997 se efectuó un concurso para la elaboración de una mesa para el Altar Mayor. El ganador fue Ernesto Gómez Gallardo. Es una obra abstracta, de las pocas de esta tendencia estética con las que cuenta la Catedral. Las líneas de esta mesa evocan la muerte y resurrección de Jesucristo y un triángulo frontal, alude a la Santa Trinidad. Este complemento del altar se dio a conocer a finales del año 2000.