En la parte norte del área metropolitana, ya en territorio del Estado de México, se encuentra una notable construcción centenaria, de enorme atractivo, desde diversos enfoques. Por su sencillo acceso es uno de los destinos turísticos de fin de semana, más recomendables para los habitantes de la Ciudad de México.
Los orígenes de la Hacienda de Santa Mónica datan del año 1573, cuando un grupo de frailes agustinos adquirió ciertos terrenos, los cuales antes habían sido propiedad de doña Marina de la Caballería, viuda del Tesorero Antonio de Estrada. Además de las tierras, los religiosos agustinos compraron la casa, el molino y el ganado que allí se encontraba. Por otra parte, aparte de bautizar el sitio como Santa Mónica- como un homenaje a la madre de San Agustín-, los agustinos hicieron en la entrada una talla en cantera con el distintivo de su orden: un corazón con tres flechas. En este mismo ornamento se encuentra tallado el año de la fundación de esta hacienda, es decir, 1573.
En poco tiempo, la Hacienda de Santa Mónica llegó a ser el centro productivo más relevante de la región y uno de los principales centros proveedores de trigo para la capital mexicana en aquellos tiempos.
Mucho después, en 1947, Antonio Haghenbeck y de la Lama compró esta propiedad y se constituyó como el último dueño del inmueble y quien, en cierto momento, determinó que el edificio se constituyera en un museo. Por este motivo surgió la Fundación Cultural Antonio Haghenbeck y de la Lama.
Tras diversos trabajos de restauración y adecuación, impulsados por el propio Antonio Haghenbeck, hoy en día, el público puede apreciar el viejo molino, vastos y suntuosos salones y varios muebles de gran finura. Varios de los recintos de la Hacienda de Santa Mónica cuentan con bellas pinturas virreinales.
Otro de los tesoros de este lugar es un baño que, se dice, perteneció a La Malinche. Consiste en una suerte de tina adornada con azulejos de Talavera, verdes y amarillos, colocados en un admirable patrón en zig-zag. La segunda planta de la hacienda, incluye más salones entre los cuales destaca uno que tiene un billar típico del siglo XIX. Todos estos recintos lucen papeleras españolas e italianas del siglo XVII, con incrustaciones de piedras preciosas. Candiles, escritorios, retratos de los antiguos propietarios del lugar y muchos otros objetos tan valiosos históricamente, como admirables por su fina manufactura, completan los interiores de esta magnífica hacienda. Además, este también museo, ofrece distintos talleres y actividades de verano para los niños, conferencias, conciertos y representaciones teatrales.