Plasmar la inspiración en mármol, darle vida a una roca, moldear el más duro concreto, la madera más exótica o algún otro material que desafíe el paso del tiempo y que dé testimonio de la entereza y fuerza vital de un pueblo. Todo lo anterior se hace patente en los admirables monumentos con los que cuenta la Ciudad de México y que ofrece a la contemplación de los viajeros de todo el mundo.
Las fuentes, arcos, columnas, andadores, estatuas y edificios, evocan importantes acontecimientos históricos o sencillamente dan cuenta del capricho de una urbe en el tiempo y permiten además, que las sucesivas generaciones revivan tan gloriosos momentos.
Así sucede en el Distrito Federal, tal y como en cualquier otra de las grandes metrópolis del planeta. Los monumentos que allí se encuentran, son una referencia obligada para los capitalinos y motivo de admiración para los turistas. Solamente en la Ciudad de México se tienen clasificadas 3,299 obras públicas, que comparten una gran valía histórica y artística. Vamos años antes de que el Distrito Federal fuera fundado como tal, esto es, en 1824 en el territorio que ocupaba, por aquellos tiempos- 220 kilómetros cuadrados- ya existían numerosas construcciones históricas, herencia de la Gran Tenochtitlán.
De entre los monumentos más importantes que engalanan las calles de la Ciudad de México, hay que mencionar el siguiente: en Salto del Agua, existe una bella fuente que culmina los más de 900 arcos con los que contaba el Acueducto de Belem, desde los edificios de la Plaza Tolsá y el Bosque de Chapultepec. Esta construcción es un notable vestigio del diseño e ingeniería con los que se trabajaba en aquellos años.
Con la llegada de los movimientos de Independencia y Reforma, la arquitectura de la capital mexicana se orientó hacia la exaltación de los próceres nacionales y los líderes visionarios que anunciaban perspectivas de progreso para la nación.
El siglo XIX nos dejó enormes edificios y esculturas en donde se combinaban motivos indigenistas con las vanguardias estéticas europeas. La proyección de estas estructuras ornamentales, comenzó a modificarse paulatinamente, tanto como las herramientas y materiales utilizados. Y así, de esta manera, nuestra nación se integró al conjunto de países con mayor número de construcciones y monumentos.
Un bello ejemplo de estas tendencias, las tenemos en el asombroso Kiosco Morisco, el cual fue declarado como Monumento Artístico de la Nación por el INAH, a inicios de los setentas. Hace mucho tiempo, se ubicaba en la Alameda Central, pero luego, el Hemiciclo a Juárez ocupó su lugar, en 1910. Este hermoso kiosco, muestra un evidente estilo madejar. La estructura fue fundida en los Estados Unidos y lleva como complemento una noble cúpula de vidrio.
Y así, como el anterior, la lista de monumentos destacados de la Ciudad de México es realmente vasta: basta mencionar el Monumento a la Raza, los trabajos escultóricos de la Ruta de la Amistad– testimonios de los Juegos Olímpicos de 1968-, el Caballito, creación del celebrado escultor Sebastián, la Fuente de Petróleos y la Fuente de la Cibeles, réplica de la obra que se encuentra en la Ciudad de Madrid.
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