En la ciudad de Tikal, situada en la región de Petén, encontramos una de las joyas arquitectónicas más espectaculares del mundo maya. Una edificación de piedra que enamora a toda persona que la contempla gracias a su majestuosidad inherente y su perfección constructiva. Nos referimos al Templo del Gran Jaguar, también conocido como Templo I, una construcción edificada en 734 que formaba parte de la ciudad más grande del periodo maya Clásico-Tardío.
Este conjunto histórico fue redescubierto en el año 1848 y el parque natural adyacente está considerado como patrimonio de la humanidad por la UNESCO. En 16 kilómetros cuadrados se concentran más de 4000 construcciones diferentes, las más antiguas del año 800 antes de cristo. En total, allí se albergaron más de 900.000 habitantes. Y este hecho no ha de sorprendernos, ya que el yacimiento arqueológico de Tikal nos ofrece un ecosistema digno de película, de hecho, se posiciona como el enclave perfecto para una visita en pareja; no está al nivel del volcán que Eugene Katchalov escogió para su propuesta de matrimonio, pero nos ofrece una tonalidad cromática paradisíaca. Como curiosidad, George Lucas utilizó Tikal como escenario para la base rebelde en Star Wars, Episode IV: A New Hope, obra estrenada en 1977. Y no se trata de la única aparición fílmica de la misma, ya que también es mostrada en la película Moonraker, de la saga James Bond, una de las iteraciones más fructíferas y populares de la historia del cine.
Su nomenclatura se justifica en la aparición de un Jaguar que fue colocado en el dintel de la puerta principal. Este animal era considerado como divino por la cultura maya, una criatura que tenía la capacidad de conectar con el mundo de los dioses, una alegoría representada en la forma de un árbol. Los jaguares podían trepar el tronco, y ascender hasta la parte más alta, espacio que representaba la divinidad. En cambio, las raíces representaban el mundo de los hombres. Los restos de esta criatura tallada sobre piedra se encuentran hoy en el museo arqueológico de Ginebra.
Su construcción fue encargada por el gobernante maya Hassaw Cha’an Kawil (682-721 d.C.), también conocido con el nombre de Ah Cacao. Su estructura piramidal tiene una finalidad funeraria, ya que también sirvió como sepultura para el líder que ordenó su creación. También se utilizó para realizar diversas representaciones y rituales relacionados con el inframundo, ya que, en el subconsciente colectivo de la población, el Templo del Gran Jaguar simbolizaba una puerta de entrada al más allá.
En relación con las cuestiones formales, la pirámide adquirió una altura total de 47 metros, y en la parte superior de la misma se postraba una escultura que representaba al rey, quien ostentaba una posición sentada. De esta decoración original ya no se conserva prácticamente ningún elemento, y sólo podemos visualizar los grandes bloques monolíticos que la conforman. En la zona más elevada encontramos un santuario que dispone de tres cámaras bien diferenciadas, con varios elementos tallados en su interior. El templo está restaurado de manera parcial, aunque por motivos de seguridad no es posible acceder hasta la parte superior, hay que conformarse con analizar su imponente fisonomía desde el último peldaño que lo conforma.
Cuando la pirámide fue redescubierta, en su interior se encontraron varios elementos que guardaban relación con los objetos personales del antiguo gobernante de la ciudad maya: joyas de jade o piezas formadas por huesos y perlas fueron algunos de los objetos más destacables. Algunas referencias escritas dejan entrever que el nombre original del emplazamiento habría sido el de Yax Mutul.
Tikal se encuentra a una distancia de 8 horas de la ciudad de Guatemala, y sólo a media hora si se opta por desplazarse en avión, una visita altamente recomendable si se quiere conocer en primera persona un ecosistema icónico, una estructura que enlaza perfectamente con el imaginario colectivo de ciudad perdida entre la selva. Su parte superior sobresale entre la vegetación, estableciéndose como una de las ruinas mayas más imponentes y que mejor saben captar esa esencia que nos invita a la aventura.