Yucatán debió su prosperidad, durante más de dos siglos, al tributo de los indígenas de la región. Únicamente hasta las postrimerías del siglo XVIII los enriquecidos comerciantes de Yucatán, se abocaron a la producción masiva del henequén.
En los últimos años del siglo XIX, una invención estadounidense, transformó toda la mecánica de la producción de henequén en esta entidad del país, puesto que desde este acontecimiento, las engavilladoras comenzaron a solicitar numerosas toneladas de fibra de henequén. Yucatán entonces, experimentó una transformación significativa, puesto que surgió una pequeña agrupación de potentados y hacendados, que fue nombrada como Casta Divina.
Los integrantes de este grupo de hacendados dedicados a la producción de henequén, llegaron a concentrar grandes cantidades de dinero tierras y mucho poder. Algunas de las haciendas henequeneras que han sido recuperadas para servir de hoteles, restaurantes o para celebrar eventos sociales, destacan la de Katanchel, con su antigua sala de máquinas transformada en un lujoso restaurante; la de Yaxcopoil, devenida en interesante museo; la de Kankabchén, enfocada ahora a la ganadería, la de San Ildefonso Teya, hoy en día un recomendable restaurante y la de San Antonio Cucul, en la blanca Mérida.
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