A finales del siglo XIX, después de años de inestabilidad política, México alcanzó una relativa paz con la mano dura del general Porfirio Díaz, etapa que permitió el florecimiento del arte en todas sus ramas. Para conocer los destellos de esta época, bastaría dedicar una tarde a la visita del Museo Nacional de las Artes (Munal), ubicado en el Centro Histórico de la Ciudad de México. En sus salas se puede apreciar la evolución pictográfica nacional, siendo quizá la pieza más preciada, el gigantesco óleo del maestro Leando Izaguirre, titulado “El Supilicio de Cuauhtémoc”
Durante siglos, los grandes pintores novohispanos y posteriormente mexicanos se evocaron a retratar pasajes religiosos o paisaje, pero fue en la segunda mitad del siglo XIX, con la fuerte influencia nacionalista francesa, que proliferaron pinturas que enaltecían la historia de México, sobretodo el pasado prehispánico.
Por su impresionante y crudo realismo, el tormento de Cuauhtémoc simboliza la dignidad y valentía del guerrero vencido frente al invasor. El cuadro muestra a un Hernán Cortés soberbio frente al tlatoani, quien a pesar de su cautividad y estar sujeto a la tormentosa quema de sus píes, sostiene una mirada ecuánime, con una incólume resistencia ante el abuso del español.
La cruel anécdota fue descrita por el soldado español Bernal Díaz del Castillo en La Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, quien narró cómo Cortés y sus hombres sedientos de oro deseaban obtener del tlatoani la revelación del escondite de la más mínima pizca de metal existente en Tenochtitlán.
En el óleo queda retratado el desafortunado acompañante de Cuauhtémoc en la tortura, el cacique de Tacuba Tetlepanquetzaltzin, quien a diferencia del tlatoani, no disimula el dolor. Precisamente en 1870, el novelista yucateco Eligio Ancona hizo celebre un diálogo ficticio en el cual Tetlepanquetzaltzin exigía a Cuauhtémoc revelar el secreto porque estaba sufriendo demasiado, a lo que el tlatoani respondió “¿Estoy yo acaso en un lecho de rosas?”.
El óleo de Leandro Izaguirre culminado en 1892 fue llevado un años después a Filadelfia, Estados Unidos, donde fue premiado por su belleza. Posteriormente volvió a México y actualmente es posible apreciarlo en el Munal.
El Museo Nacional de las Artes está abierto de martes a domingo. Los domingos la entrada es libre.