La insoslayable crisis ambiental, evidente casi en todo el planeta, ha hecho que cada vez más gente comience a evaluar sus acciones en relación a los efectos nocivos o neutrales hacia la naturaleza. Hoy más que nunca, abundan medidores sobre la huella ecológica que cada persona arrastra y, para sorpresa de muchos, viajar es una actividad con un peso ambiental considerable.
Dejar de consumir bienes innecesarios al viajar, puede ser la respuesta más sencilla; sin embargo el elemento que mayor huella ecológica arrastramos es la quema de combustible que necesitamos para trasladarnos a larga distancia.
Los aviones, poco regulados hasta ahora, son un factor importante en el calentamiento global, por lo que realizar muchos viajes aéreos eleva nuestra huella ecológica muchísimo en comparación con el promedio de la humanidad.
No faltará quien se cuestione que, de cualquier manera con él o sin él, los viajes aéreos seguirán realizándose. Seguramente tendrá razón, sin embargo la conciencia estará más tranquila si se deja de apoyar económicamente a una actividad visiblemente perjudicial.
Viajar en avión es una gran hazaña de la humanidad, ha acortado las distancias y, en buena medida, ha sido pilar del efecto globalizador. No se trata de dejar de hacerlo, sino de considerar otros factores que pueden hacernos repensar tomar un avión sólo en casos extraordinarios.
Trasladarse en bicicleta o a pie siempre será lo más ecológico, aunque, en ciertos casos, será inviable o imposible. Nos quedan los autos particulares y autobuses que sí queman combustible, pero que, comparativamente con el avión, arrastran una huella ecológica mucho menor.
En el caso de carros particulares, lo ideal sería movilizarnos acompañados, utilizar todos los asientos para distribuir la huella ecológica. Pedir aventón o dar aventón a quien necesita quemar combustible para trasladarse. Al final, descubriremos que ser ambientalmente correcto implica ahorrar mucho dinero.