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Destinos imperdibles cerca de Ciudad de México

Hay momentos en los que alejarse de la ciudad no responde a un plan milimétricamente trazado, sino a un impulso. Un día cualquiera, sin anuncios ni preparativos, uno puede decidir que la Ciudad de México es demasiado ruidosa para quedarse quieto. Entonces se abre el mapa, se mira hacia los bordes, y aparece la posibilidad de encontrar algo distinto a tan solo unas horas de distancia. Lugares que no piden mucho más que ganas de salir a buscarlos.
Tequisquiapan
Tequisquiapan no necesita de grandes monumentos para captar la atención. Su poder está en lo sencillo: calles empedradas, fachadas pastel, silencio que se desliza por la plaza central. Llegar allí desde Ciudad de México toma alrededor de 2 horas y media conduciendo (alrededor de 185 kilómetros), una distancia ideal para escapar sin tener que hacer malabares logísticos.
Lo particular de este sitio no está solo en su estética, sino en cómo se mezcla la experiencia del vino y el queso con el ritmo pausado del lugar. Es posible detenerse en alguna finca vitivinícola, probar una copa local y conversar con los productores. La ruta del arte, el queso y el vino se ha convertido en uno de los motivos principales para visitar esta región, sin necesidad de caer en lo pretencioso. Todo está dado con naturalidad.
Quienes optan por explorar esta zona manejando por su cuenta se encuentran con caminos sencillos, bien señalizados, y con la posibilidad de tomar desvíos hacia otros puntos interesantes como Bernal o Cadereyta. Una ruta manejable, pero con bifurcaciones tentadoras. Si alguien decide extender la aventura, un auto alquilado con Hertz México permite esa flexibilidad sin depender de horarios rígidos o transporte intermedio.
El Chico
Mientras la mayoría corre hacia las playas o las ciudades coloniales, algunos prefieren los paisajes que huelen a tierra mojada. El Parque Nacional El Chico, en Hidalgo, se presta para ese tipo de viajero. Rodeado de pinos, riscos y cabañas, se convierte en un paréntesis natural a solo 130 kilómetros (poco menos de 2 horas y media) de la capital.
La experiencia cambia cuando se llega conduciendo. La transición de lo urbano a lo boscoso es gradual: desde las autopistas anchas hasta los caminos angostos bordeados de árboles. Se puede estacionar a la entrada de una zona de campamento, tomar una caminata sin prisa o incluso pasar la noche en alguna cabaña sin necesidad de coordinar traslados.
El Chico no es solo naturaleza en bruto. Hay minas antiguas, pequeños poblados como Mineral del Chico con cafés escondidos y vistas que aparecen tras una curva cerrada. En otoño, el bosque se pinta con tonos ocres que invitan a regresar una y otra vez. Ideal para quienes buscan un destino que no haya sido transformado por el turismo masivo y que además se pueda explorar con total autonomía.
Valle de Bravo
Al llegar a Valle de Bravo hay algo que se rompe: el ritmo, el aire, la forma de mirar. No es una exageración poética, sino una sensación compartida por quienes lo han visitado. El trayecto en auto desde la Ciudad de México puede tomar entre 2 horas y media a 3, dependiendo del tráfico y del rumbo elegido. Son aproximadamente 140 kilómetros que se disfrutan más si se hacen sin prisa.
Una vez allí, el lago se convierte en protagonista. No por su tamaño, sino por cómo refleja lo que lo rodea. Hay quienes prefieren quedarse en la orilla, simplemente observando. Otros optan por subir al mirador Monte Alto o aventurarse en parapente. Cada visitante puede trazar su propio recorrido.
En esta región, una buena elección de movilidad hace la diferencia. La renta de autos en CDMX permite iniciar el viaje sin demoras, y continuar hacia otros destinos cercanos como Malinalco o Amanalco si el impulso de explorar se mantiene.
Tepoztlán
Hay pueblos que no se explican solo con descripciones. Tepoztlán entra en esa categoría. Aunque las palabras digan que está a solo 85 kilómetros de la Ciudad de México (alrededor de una hora y media conduciendo), y que tiene un cerro con una pirámide, un mercado colorido y calles empedradas, lo cierto es que lo que lo distingue no se deja atrapar fácilmente.
El encanto está en los detalles que se van descubriendo al caminarlo, y también en lo que se siente al llegar. Ir en auto da la posibilidad de detenerse en los bordes, de mirar desde arriba, de conectar con el entorno antes de llegar al pueblo en sí. A lo largo del trayecto, aparecen puestos con frutas de temporada, flores recién cortadas y personas ofreciendo pan casero. La experiencia comienza antes de pisar el centro.
Para quienes buscan más que un paseo, Tepoztlán también ofrece hospedajes escondidos entre la vegetación, rituales de temazcal, talleres de cerámica y cafés donde el tiempo parece suspendido. Irse de allí no es sencillo.
Cuetzalan
Más allá de los destinos habituales, hay rincones que se mantienen en un estado de discreta resistencia. Cuetzalan es uno de ellos. Este pueblo enclavado en la Sierra Norte de Puebla está a unos 300 kilómetros de CDMX. Llegar en auto implica un viaje de entre 5 y 6 horas, dependiendo de las condiciones climáticas y el ritmo de conducción. No es un destino de paso, y eso lo vuelve más especial.
Durante el trayecto, el paisaje cambia varias veces: autopistas, curvas de montaña, selva húmeda. El esfuerzo de conducir hasta allí se ve recompensado con calles adoquinadas envueltas en niebla, aroma a café recién tostado y rituales que aún conviven con lo cotidiano. La cultura totonaca se manifiesta en cada esquina, sin necesidad de un museo que la encierre.
Viajar hasta Cuetzalan en vehículo propio ofrece ventajas claras: mayor control sobre el itinerario, posibilidad de cargar provisiones, parar en pueblos intermedios como Zacatlán o Tlatlauquitepec y evitar combinaciones de transporte que, en esta zona, pueden ser escasas. Para quienes disfrutan tanto del trayecto como del destino, este lugar se transforma en una revelación.
La cercanía de tantos destinos diversos permite que cualquier fin de semana se convierta en una excusa válida para explorar. No hace falta planear con meses de anticipación ni contar con presupuestos desorbitados. Basta con tener el impulso, elegir un lugar en el mapa y animarse a ver qué sucede en el trayecto. A veces, lo más valioso de salir de la ciudad no está en el punto de llegada, sino en todo lo que se ve, se siente y se cambia entre la salida y el regreso.
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